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Día lluvioso, día nublado. Los ojos puestos en el cielo esperando un agujero, un resquicio, alguna franja de sol que traiga, tal vez, posibilidad para la dicha.

A pequeñas dosis de esperanza, pequeños episodios de angustia.

¿Qué dices? ¿No mirar el cielo? ¿Mirar mejor hacia adelante? Sol inopinado te tocará las cejas y tú te sentirás feliz porque, bueno, la verdad es que no lo esperabas. El calor te sorprenderá. Vas a escribirle un poema. Por fin un contacto, una caricia, una migaja de algo que sería parecido a la plenitud sino se pareciera más bien a un espejismo.

Y mientras tanto, el amor sigue existiendo. Inalterado. El amor está, ha estado siempre, siempre ha sido. El mismo viejo amor. Si tú no lo puedes ver, no es su problema.